Una de las erupciones volcánicas más importantes ocurrió el 8 de junio de 1783, en el sistema volcánico de Grimsvötn en Islandia. Esto provocaría uno de los mayores movimientos ideológicos de la historia mundial: el inicio de la Revolución Francesa.
Aunque parezcan estos acontecimientos alejados tanto en fecha y lugares, estas erupciones son consideradas el segundo desastre medioambiental con mayores daños al mundo, causando un cambio climático inesperado y radical que afecta a todas las cosechas de toda Europa y parte de Medio Oriente.
Erupción del sistema volcánico de Grimsvötn
El sistema volcánico de Grimsvötn es una franja magmática bajo el hielo con una intensa actividad que genera inundaciones cuando los glaciares se derriten al contacto con la lava llamados Jökulhlaup.
A causa de la actividad sísmica en 1783, se creó una franja de 28 kilómetros con 130 cráteres abiertos que se le conoce como Lakagígar (cráteres de Loki) que entraron en erupción freática.
Una erupción freática sucede cuando el material magmático entra en contacto con agua o hielo, lo que causa una elevación de vapor que transporta cenizas a grandes distancias, además de otros gases que resultan tóxicos para diversas especies.
La erupción de Lakagígar se estima que produjo 120 millones de toneladas de dióxido de azufre y ocho millones de toneladas de fluoruro de hidrógeno, lo que causó la muerte de el 60% de la población de Islandia en los 5 meses que duraron las explosiones.
En el resto de Europa y Asia, las cenizas oscurecieron el cielo con la “Bruma de Laki”.
Estas fueron pesadas nubes de ceniza que impedían que llegara la luz de sol a los pueblos de Dinamarca y las ciudades de Bohemia, Berlín, Londres y París, además de que contaminó todas las fuentes de agua enfermando el ganado y a las personas.
Las enormes cantidades de dióxido de azufre provocaron partículas que redujeron la radiación solar sobre el norte de África.
Esto disminuyó la temperatura 2 grados celsius, lo suficiente para que el monzón que alimenta al Rió Nilo fuera menor.
De esta forma generó una hambruna y el fallecimiento de más del 80% de la población del Valle del Nilo.
Para 1784, fuertes granizadas en el continente europeo acababan con las cosechas. Mientras que los alimentos importados desde América incrementaron su precio.
En diciembre del mismo año Benjamín Franklin apuntó que se trataba de una catástrofe meteorológica sin precedentes que llevaría a hambrunas en toda la región europea.
Durante 1785 a 1788 se produjo la “Gran Crisis” un fenómeno de intensas sequías que se propagaron en el hemisferio norte.
Incluso México sufrió los estragos de la falta de alimentos de manera local con la “gran helada de 1785” y la creciente demanda de envíos a España por lo que sería conocido como “el año del hambre”.
La desnutrición agravó los problemas de salud, acentuando la propagación de la fiebre tifoidea, fiebre amarilla y tuberculosis, sobretodo en las ciudades francesas que se encontraban en condiciones insalubres.
El inicio de la Revolución Francesa
El miedo de las personas estaba generalizado por el recuerdo de “la gran peste de Marsella” ocurrida en 1720, el cual sería el último brote masivo de peste donde murieron más de 120.000 personas.
Ante la nula respuesta de Luis XVI para el abastecimiento de alimentos inició el “Grande Peur” (Gran miedo).
Es decir, ocurrió el levantamiento de las comunidades agrícolas que se negaron entregar las semillas de siembra durante el invierno de 1788.
Los saqueos de alimentos provocaron que los campesinos tomaran armas y desconocieran a la monarquía, comenzando así los primeros enfrentamientos y la destrucción de los libros de deuda que se mantenían en las casas aristocráticas.
Con esto se dio origen a la Revolución Francesa que después se le sumarían otros conceptos y causas ideológicas.